lunes, 16 de febrero de 2015

Yihadismo

Las dos últimas acciones del yihadismo, la ocurrida en Dinamarca y la perpetrada en Libia, no dejan lugar a dudas de la gravedad de la situación. Los dos muertos en Copenhague a manos de un fanatizado y la decapitación de 21 cristianos coptos egipcios nos muestran la radicalidad de un planteamiento excluyente, que recorre lo religioso e ideológico, que amenaza a todos aquellos que no comulgan con sus autores. Evidentemente no se puede atribuir al Islam, como tal, tamañas monstruosidades. La prueba de ello fue la quema del piloto jordano, tan musulmán como sus verdugos, pero en tal concepción anida ese fondo de intolerancia consustancial a muchas de las religiones. Lo digo para intentar alcanzar una explicación plausible de lo que está sucediendo. La exclusión de cualquier mínima responsabilidad religiosa en ello, nos impide escudriñar correctamente la realidad. También la postura contraria: aquella que hace del Islam algo intrínsecamente violento. Ni una, ni otra. Es decir, aceptemos que las religiones padecen una perversidad intrínseca, que convendría moderar. Desde la educación, claro.

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