A la presidenta en funciones de la Junta de Andalucía se le acumulan los problemas. Además de seguir sin lograr una investidura que justifique su anticipada convocatoria electoral, le surge ahora el enésimo caso sospechoso en la adjudicación de concursos públicos, con la concesión de la explotación de la mina de Aznalcóllar, de triste recuerdo por los vertidos tóxicos que ocasionó hace años.
Muchos frentes abiertos para quien fue vista como la dirigente capaz de sacar de la crisis al PSOE, como la persona idónea para mantener el poder en Andalucía, como una política de raza experta en conectar con el pueblo. De todo ello, solo ha demostrado lo último. Pero, ¿a qué debe aspirar una sociedad? A tener buenos gestores de los asuntos comunes o a disponer de gobernantes con empatía sentimental. La respuesta es importante.
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