jueves, 21 de septiembre de 2017

Después de la batalla

Tras el choque de trenes que vivimos ayer, hoy toca hacer recuento de bajas, como se hace siempre tras las batallas. 

El más malparado de la colisión institucional ha sido la Generalitat, que ha visto disminuido su autogobierno, algo que debería valorar en la medida en que lleva años, los del proceso independentista, construyendo estructuras de Estado, para precisamente alcanzar tal estatus.

Pero el Gobierno también debería atender sus daños. El más evidente de ellos se vio ayer por las calles de Barcelona. Y, a través de los medios de comunicación y redes sociales, lo contempló todo el mundo. El de unas masas enfurecidas, presas de rauxa, mlostrando toda su indignación, porque el sueño al que aspiran se muestra esquivo.

Dirán ustedes, con toda razón, que el Estado de derecho se limitó ayer a cumplir con la legalidad. Y el gobierno sostendrá, que fue una decisión judicial, inserta en un Estado que respeta la división de poderes. Todo ello es indiscutible, pero sólo desde parámetros racionales.

Lo que vimos ayer escapa ya a eso. El seny brilla por su ausencia. Los sentimientos han desbordado todo, no solo las calles. Y no deberíamos minusvalorar la capacidad de arrastre sentimental que tenemos en la especie de primates que somos. Mucho mayor que la razón.

En los últimos meses, las encuestas daban una tendencia a la baja de los independentistas, cuya mayor cota se debió alcanzar hace dos semanas cuando el Parlamento catalán perpetró un golpe de Estado tan burdo que a más de un soberanista se le debió encender el seny y diluir la rauxa. 

Con lo de ayer, no se si se habrá quebrado esa tendencia, lo que daría alas a aquellos que llevan años poniendo toda la carne en el asador para lograr una inmersión revolucionaria, en la que la democracia no ocupa ningún lugar, como quedó meridianamente claro en las sesiones tumultuosas del Parlament.

Lo sabremos pronto. En cualquier caso, todos deberíamos saber que la Humanidad no solo se gobierna con la razón. Es más, en el mundo actual, los sentimientos, tan idolatrados, son más fácilmente publicitados que la cordura y la sensatez. Vivimos cada vez más en la época de la rauxa, no del seny. Y en eso, Cataluña tiene experiencias dolorosas. Lo digo porque a veces ganar una batalla significa perder una guerra. 


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