miércoles, 13 de septiembre de 2017

Educación

El último informe de la OCDE sobre la educación en España es muy revelador del más importante problema que padece secularmente España. Los periódicos han preferido destacar la falta de impulso a la formación profesional, lo que con ser relevante, no es la principal preocupación. O debería serlo, lo que también indica la falta de perspectiva que padecen nuestros medios de comunicación, muy deudores de sus propias anteojeras.

El acceso a una formación profesional más atractiva y más ligada a la realidad económica es un hecho objetivo, demostrable en los últimos años. Queda sin duda mucho que hacer, pero en la oferta educativa actual ha ganado peso una formación que ofrece una salida profesional a muchos estudiantes, que priorizan una actividad laboral a una mayor preparación en sus conocimientos generales.

También han destacado los medios otro rasgo del informe de la OCDE, igualmente relevante, pero no el más importante. Se trata del aumento en titulados universitarios, lo que los periódicos ligan inmediatamente al alto porcentaje de trabajadores muy cualificados académicamente que no encuentran empleos de su categoría. Sin duda que es un problema, pero sigue sin ser el más relevante.

Este no es otro que el que denuncia que uno de cada tres españoles de 25 a 34 años no ha pasado de la educación obligatoria; es decir, no han estuidiado bachillerato ni la formación profesional equivalente. Este es el problema. Vamos camino de crear una generación en la que un tercio de sus miembros carece de los estudios que un Estado moderno, basado en los principios de la Ilustración, debería garantizar. Tal perspectiva no nos aleja mucho, desgraciadamente, de sórdidas épocas pasadas.

La Segunda República tuvo el gran anhelo de superar el gran problema nacional, que entonces se cifraba en una mayoría de analfabetos. Indudablemente, no nos encontramos en la misma situación, pero cabía esperar más. No del franqusimo, pero sí de cuarenta años de democracia. Y preguntarse por qué seguimos encallados en este asunto. ¿No será porque una vez solventado, el ascensor social funcionaría a unos niveles aceptables?

Ahí puede estar el quid de la cuestión. Tal vez no interese que funcione el ascensor social, protegiendo así la posición social de unas oligarquías no muy preparadas que transmiten a sus hijos sus prebendas, evitando así una dura competencia.

La única revolución posible es la educativa. Por eso, interesa que un tercio de jóvenes sean escasamente  letrados. El problema es que, al poner trabas al ascensor social, serán fácil presa de los populismos. Y ya sabemos como acabó aquello en la Segunda República.

No hay comentarios:

Publicar un comentario