lunes, 12 de marzo de 2018

Blancanieves, en Níjar

La conmoción social producida por la muerte de Gabriel Cruz, el niño de ocho años, por estrangulamiento, es debida, sin duda, a lo irracional de tal crimen. Sin embargo, existe un componente del mismo que incide en lo atávico, retrotrayéndonos a los primates, familia de la que participa nuestra especie.

Existe un patrón de conducta extendido en este orden de mamíferos,  consistente en que las nuevas parejas exterminan a las crías anteriores de aquel con el que conviven. Se explica tal actitud como un sistema para evitar la competencia con los futuros descendientes de los nuevos cónyuges, a la hora de compartir los recursos que siempre son limitados.

En el folclore medieval subyace tal aprensión, como narraron los hermanos Grimm, en un maravilloso cuento en el que una fea madrastra intenta acabar con la vida de una joven especialmente bella, hija de su marido. Sí, hablo de Blancanieves, que Walt Disney llevaría al cine, introduciendo en el mito matices surreales, que no solo no desmerecen de la profundidad de lo tratado, sino que incluso ahondan aún más en las perturbadoras profundidades del ser humano.


Todo esto, dirán ustedes, no sirve para nada, porque Pescaíto no va a recuperar la vida. Pero sí es útil de cara a barruntar los abismos insondables de ese primate conocido como Homo sapiens y asumir que siglos y siglos de educación no han logrado liberarnos de esas negras ataduras. Tal vez, constatar eso sea, incluso, más lúgubre y sirva de consuelo a los familiares de ese niño que merecería un bello cuento.

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