lunes, 23 de julio de 2018

A peor

No cabe duda. Estamos asistiendo a la reactivización de los nacionalismos. A lo largo del fin de semana hemos podido constatarlo, tanto en lo que se refiere al nacionalismo español, como al catalán.

Tampoco hay duda de que uno y otro se realimentan. Es más, la más relevante consecuencia del proceso soberanista en Cataluña ha sido haber despertado al nacionalismo español, algo que ni conviene minusvalorar, ni mucho menos tomar a chanza.  Un nacionalismo con el que Ciudadanos se ha alimentado en los últimos tiempos, aumentando sus expectativas de voto, arañando voluntades de la derecha desencantadas por la tibia actuación de  Mariano Rajoy en el ámbito territorial. 

Ahora, el PP de Pablo Casado pretende refundarse bajo las premisas, entre otras, de plantar cara al independentismo catalán, más allá de la mera respuesta judicial dada por el pusilánime Rajoy. El nuevo líder de la derecha lo dijo en el congreso que le ha catapultado a la presidencia del PP: el partido debe conectar con lo que llamó “la España de las banderas en los balcones”; es decir, liderar el rearme del nacionalismo español, arrebatándole tal seña a Ciudadanos.

Frente a ello, también este fin de semana, hemos asistido a la radicalización del PDCAT, la antigua Convergència, que ha vuelto a abrazar el unilateralismo, plegándose a la voluntad de Carles Puigdemont, quien, tras sus victorias judiciales en Europa, se consolida como el líder independentista. Una reactivación del nacionalismo catalán que deja muy poco espacio a otros planteamientos.

El menor para ERC, tras ver segada la hierba bajo sus pies. El proyecto eminentemente populista de La Crida, un movimiento personalista del nuevo Moisés de la patria catalana, deja a los republicanos en una difícil posición, ya que no pueden admitir quedar de nuevo en un papel subalterno, sin rentabilizar el victimismo de que ellos han puesto los presos, mientras otros disfrutan de la libertad fuera de España.

Tampoco hay mucho espacio para opciones intermedias, como la de los socios catalanes de Podemos, sobre todo por la percepción, fuera de Cataluña, de que solo se concreta en un mero seguidismo de las tesis independentistas. Ni para el PSC, pese a que unos y otros verán incrementados sus votos en las próximas elecciones catalanas, las enésimas del proces, que ya se vaticinan para el invierno, evidenciando la baja calidad democrática catalana, limitada a que cada poco tiempo los ciudadanos son invitados a votar para que todo siga igual…de mal.

Pero tampoco hay mucho aire para el gobierno de Pedro Sánchez. Y esto es lo peor, porque muestra que no hay soluciones fáciles. Al menos, si estas pretenden consistir en un nuevo estatuto autonómico. El último, impulsado por Rodríguez Zapatero y las elites políticas locales, a espaldas de los catalanes, nos llevó a la preocupante situación actual.

En suma, en el horizonte se atisba una reacción nacionalista, que solo desgarrará aún más a la sociedad catalana y desagradará aún más al resto de la española. No, el nacionalismo, los nacionalismos y menos enfrentados, no es la solución. Esta solo pasará por una conceptualización racional del problema, alejada del sentimiento territorial. Y dentro de mucho tiempo.

Y, de eso, de tiempo, no creo que andemos sobrados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario