lunes, 2 de julio de 2018

Política y sociedad

La semana pasada les hablé de los cuatro problemas que se habían abierto para el gobierno, ya fuera de una manera sobrevenida o por imprudencia del propio gabinete. Uno de ellos, perteneciente a ese segundo supuesto, era la renovación de los cargos directivos de RTVE mediante un decreto-ley.

El gobierno podía haber esperado a que la negociación de los grupos parlamentarios despejase el camino, pese al filibusterismo de un PP que disfruta del mayor número de escaños de la Cámara, para desarrollar el concurso de méritos previsto con el objetivo de elegir a un profesional intachable al frente de la radio y la televisión pública.

El hecho de que todos los partidos políticos hubieran aceptado que el responsable de RTVE no fuese elegido mediante las componendas habituales entre los políticos suponía un avance sustancial, ya que implicaría que el gobierno, de hecho, dejara de nombrarlo en la práctica. Eso era posible, porque en muchas ocasiones ha bastado la mayoría de escaños en el Parlamento para que se designase al presidente de RTVE. Antes de que aparecieran los llamados partidos emergentes, lo habitual es que los gobiernos dispusieran de esa mayoría y en consecuencia colocaban al frente de la radio y televisión pública a periodistas que mostraban una sintonía con el poder de turno.

Eso es algo habitual en nuestro país y se extiende a multitud de altos cargos de las administraciones, produciéndose una colonización política en multitud de organismos claves para la buena salud democrática. Así, asistíamos a que cada ocho años, más o menos, según cambiaba el sesgo político, la administración reproducía tal clientelismo.

Tal sistema esta amparado en una visión de la democracia, que justifica cualquiera de esos desajustes, invocando el principio de los votos. Un gobierno, democráticamente elegido, como lo es en España desde hace cuarenta años, organizaba toda la administración de una manera monocorde. No les extrañe que así, salvo muy raras ocasiones, RTVE haya sido lo que se ha querido desde la Moncloa.

Ahora, por fin parecía que en RTVE se imponía otro criterio: el de la meritocracia, consistente en que los mejores profesionales de este país estén al frente del organismo público más importante en el sector de la Comunicación, lo que sin duda redundará en una mayor calidad democrática, algo que entenderán todos aquellos que no sufren una visión tan corta de la democracia que les lleva a identificarla con votar, como hacen por interés todos los populismos, algo que estamos sobrados en este país.

Sin embargo, Pedro Sánchez no ha tenido paciencia y en vez de esperar a que las Cortes desarrollaran legislativamente el concurso de méritos ha querido imponer una dirección provisional, en una estrategia que ha mostrado todos los defectos posibles, que se pueden concretar en la cesión intencionada a otra formación para que eligiese a dedo al nuevo presidente en medio de un cambalacheo político, del que aún no hemos salido.

Así nos va. Y así nos irá ,hasta que entendamos que la democracia será más fuerte cuando sea la propia sociedad la que, a través de sus mejores profesionales, nos administre.



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