jueves, 19 de julio de 2018

Dinero

En las crónicas periodísticas de ayer sobre la suspensión del pleno del Parlament he echado de menos dos consideraciones relevantes. La primera es más valorativa que informativa, a diferencia de la segunda, aunque las dos participan de ambas consideraciones.

Paso a exponerlas. En todo sistema democrático, el Parlamento, como la entidad representativa en la que se concreta, es la garantía de su esencia. Suspender plenos y dejar su actividad al albur de las estrategias partidistas no dice mucho de quienes las practican. Y muestran que sobre el principio democrático hay otros más importantes en sus consideraciones. Sin duda, que la construcción nacional es más relevante para ellos y muestra el tipo de Estado que harían en caso de triunfar sus postulados. Roger Torrent, el presidente del Parlament, ha demostrado que para él prima la patria catalana sobre la democracia, evidenciando el totalitarismo implícito en todo nacionalismo. Tal aviso debería ser suficiente para más de uno, capaz de desengancharse de la utopía, antes de que se convierta en una desgraciada distopía.

La segunda consideración hace referencia al motivo que llevó a Torrent a suspender la actividad parlametaria: la negativa de los diputados fieles a Puigdemont a aplicar la suspensión decretada por el juez Llarena, aunque solo en el caso del expresidente de la Generalitat. La razón de ello es meramente crematística. Puigdemont necesita de su sueldo como diputado, monto que pagamos todos los españoles, para proseguir su bagabundage por el mundo, máxime después de que Llarena haya aceptado la evidencia y retirado las euroórdenes de captura.


Con ello, el soberanismo catalán se ha retratado, despreciando a la democracia. Y todo para que no le falte el dinero al líder de la patria.

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