martes, 17 de julio de 2018

Lo real y lo racional

El gobierno ha tenido su primer tropezón en el Congreso a cuenta de la renovación de la cúpula directiva de RTVE. Ya les avisé de que ese era uno de los tres problemas en los que se había metido el propio gabinete por sí solo. Ayer, en las Cortes se visualizó la precaria mayoría que sustenta al gobierno, al faltarle un voto para implementar el decretazo que pretendía imponer un Consejo de Administración del mayor ente público existente en materia de Comunicación de nuestro país con representantes de Podemos, del PSOE y del PNV, excluyendo al centro-derecha.

No voy a volver al contrasentido que supone tal marginación. No. Ni de los efectos perniciosos que supondría designar a un equipo directivo de RTVE sin representantes del PP y Ciudadanos, que guste o no, son dos partidos que suman más de doce millones de votos de españoles en las últimas elecciones. Tampoco les aburriré de nuevo con las bondades del concurso público para elegir a los directores del ente, escogiendo a los mejores profesionales de la Comunicación para ello y relativizando las cuotas partidistas, que colonizan la sociedad en la que vivimos.

No. Les voy a hablar de otro aspecto consustancial. El relativo a las organizaciones humanas. Desde la Ilustración, el mejor sueño del Homo sapiens, se ha considerado como axioma la capacidad humana para mejorar, para progresar. El aumento de conocimientos y su extensión por amplias capas de la Humanidad permitía presagiar un incremento técnico que hiciera más cómodo el desarrollo, propiciándolo además. Sin duda que así ha sido y prueba de ello son todos los innumerables avances científicos que se han dado en todos los órdenes de la vida. Pero, también, se consideraba que tal progreso redundaría en la calidad del ser humano, haciendo de él no solo un ser culto, algo que cuantitativamente en número de especímenes es indudable, sino mejorando su capacidad organizativa.

Aspecto que convendría poner en duda, pese a que gran parte de todos los movimientos políticos contemporáneos, que hunden sus raíces en la Ilustración, consideren tal suposición un hecho incuestionable. Especialmente, los que más se sitúan en la izquierda política. Sin duda que han influido en ello jalones como la Revolución rusa de 1917, donde una minoría organizada -una vanguardia- impuso sus nobles ideales, aunque otros, como el desmoronamiento del imperio soviético, a finales del siglo pasado, debieran mover al escepticismo sobre la capacidad organizativa del ser humano.

El marxismo, como hijo predilecto de la Ilustración, hizo suya esa fe en la capacidad humana para organizarse, de raíces hegelianas: Todo lo real es racional y todo lo racional es real. Tal aseveración supone que el mundo se genera siempre de una manera lógica y que por tanto el pensamiento puede hacerse real.  Tal planteamiento ha sido resumido en múltiples eslóganes a lo largo de los dos últimos siglos. El último fue el Yes, we can, que llenó de ilusión a millones de personas y que en Estados Unidos catapultó a Obama a la presidencia del país más avanzado del mundo.


Tamaño entusiasmo, contagioso sin duda, no esconde, sin embargo, una fe en las capacidades humanas de carácter irracional, que la realidad se empeña en desmentir, al menos en su competencia organizativa. Ayer, lo presenciamos en el Congreso de los Diputados, cuando dos miembros de la mayoría precaria se confundieron, dando al traste con la intención de la izquierda de modificar la realidad.

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