jueves, 16 de febrero de 2012

Los problemas de Siria

En Siria confluyen muchos problemas. El primero y más grave es que una cruel dictadura está masacrando a la población civil que al albur de la primavera árabe aspira a la libertad y la democracia. Los cálculos más restrictivos hablan ya de 5.000 muertos en la represión del régimen de Bachar al Asad. Pero hay más problemas. Siria está fracturada en confesiones diferentes, cuando no rivales. La inmensa mayoría del país es musulmana sunní, la interpretación del Islam mayoritaria en el mundo musulmán. Salvo una pequeña parte de estos sunníes sirios, la burguesia comercial de Damasco, el resto es contrario al régimen de Al Asad. La burguesía comercial de la capital siria apoya o apoyaba al Gobierno en la medida en que vivía de las migajas de la riqueza de régimen y apoyaba el orden que este había mantenido con mano férrea durante décadas. Pero hay dos minorías poderosas en el país. La primera es la alauí. Se trata de una confesión chií duodecimana, minoritaria en el mundo musulmàn. Durante la colonización francesa, París se apoyó en esta minoría para administrar Siria. Es más Francia les concedió una autonomía en la zona donde eran más numerosos, la zona de Latakia, en el nord-occidente de Siria. Las buenas relaciones entre Francia y los alauí llevó a una secularización de esta minoría, cuyo credo tiene concomitancias con otras religiones, como la cristiana y la zoroastra. Los alauís, pese a ser muslmanes, consumen vino. Cuando llegó la independencia, los alauíes temieron las represalias de los sunnìes. Por ello, los alauíes se afiliaron en masa al único partido que les garantizaba el olvido del factor religioso: el Baaz, el partido del renacimiento árabe. El baasismo es un movimiento socializante de carácter laico que hace hincapié en que lo importante de la patria siria es que la conforman árabes, olvidándose de los credos religiosos. Una de las familías más importantes de los alauí es la de los Asad. Hafez instauró una dinastía que sigue en el poder con su hijo Bachar. Lo mismo pasó con la segunda minoría del país: la cristiana. Fueron objeto de especial atención por la Francia colonizadora hasta el punto que en pago por sus labores, París creó en el sud-occidente de Siria un nuevo país: Líbano. El resto de cristianos que quedaron en Siria propiamente, se afiliaron en masa al Baaz por temor a los sunníes y para que primara en el nuevo país el concepto de arabidad sobre el de las religiones. Por todo ello, Bachar al Asad sabe que cuenta con el apoyo absoluto de alauíes y cristianos en algo que ya se puede calificar de Guerra Civil. No en balde hay un dicho entre los sunníes sirios que dice: los cristianos al Líbano y los alauíes a la fosa. Y por último tenemos el problema de la geopolítica. Siria, a través de los alauíes, mantiene una política de solidaridad activa con Irán, un país teocrático donde domina el chiismo duodecimano. Es más, Irán a través de Siria, impone su poder en Líbano, donde mantiene una franquicia chií duodecimana: Hezbolá, el partido de Dios, una formación que mantiene la mística y  el apoyo de muchos árabes por su guerra contra Israel. Así que tenemos un arco chií que va desde Líbano a Irán, al que hay que unir un Irak, al que la desastrosa intervención de George Bush dió el poder a los chííes. Y ante esta situación, Estados Unidos, azuzado por sus aliados en la zona: Israel y Arabia Saudí, pretende quebrar el poder iraní. Y la razón definitiva es que Irán está cerca de producir la bomba atómica.

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