jueves, 25 de enero de 2018

El pueblo y yo

“El condenado no soy yo; es el pueblo”, clamó anoche Lula tras conocer la ratificación de la sentencia condenatoria por corrupción. 

La identificación entre el líder y el pueblo no es algo nuevo. Incluso, es una de las características más habituales de las demagogias. Lo estamos igualmente viendo estos días con Puigdemont, quien se identifica, en este caso, con el pueblo catalán. Los perseguidos por la Justicia pretenden así eludirla, estableciendo una sacrosanta comunicación con los electores, conscientes del tirón electoral del que disfrutan. El objetivo es claro: socavar la democracia mediante los votos, acabar con el Estado de derecho mediante las urnas.


Y siempre invocan al pueblo, al sagrado pueblo; concepto que convendría revisar y recordar que con el significado que hoy lo conocemos es una construcción más del decimonónico Romanticismo, el mismo movimiento cultural que cimentó el sistema de naciones que todavía padecemos a principios del siglo XXI.

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