miércoles, 11 de marzo de 2015

Mohamed

La educación recibida por el pequeño Mohamed, de tan solo tres años, a manos de su madre, una musulmana emigrante, es la metáfora de la inoculación de la violencia. El crío repetía lo que le dictaba su progenitora tendente a insuflarle un odio visceral de base religiosa contra la civilización occidental.

Europa sabe de eso, porque ha sufrido durante los dos últimos siglos otro odio, éste de carácter ideológico, mantenido de generación en generación e instruido no pocas veces de padres a hijos. Pero, ahora que la ideología parece declinar, recuperamos a la religión para seguir matándonos. Eso sí, convenientemente envuelta en utopías, que tranquilizan las conciencias de los fieles. Antes y ahora.

Y todo ello será más fácil de transmitir cuanto más ignorantes sean las nuevas generaciones. Porque el sueño de la Ilustración se deshace, lo que facilita todos los radicalismos. El Estado de Bienestar ha renunciado a la educación, excluyendo a miles y miles de ciudadanos, que serán presos de las últimas ideologías o de la vuelta del exclusivismo religioso. Francia lo sufre en sus banlieues, pero también lo vemos ya aquí, al otro lado de los Pirineos.

-Díle: Degüello al policía y voy.

-Degüello al policía.

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