martes, 8 de septiembre de 2015

La inacción

El Ayuntamiento de Barcelona no se adherirá -de momento- a la Asociación de Municipios por la Independencia, AMI, que agrupa al 80% de las localidades catalanas, pero sólo que solo representa al 43% de la población. La corporación barcelonesa no reunió ayer los votos necesarios para ello, estipulados en la mayoría absoluta. La abstención de Barcelona en Comú, la coalición de Ada Colau, impidió que los independentistas superaran ese listón.

La alcaldesa Colau ofreció dos argumentos del sentido de su voto. El primero, incidía en el carácter instrumental de la AMI en manos de Convergència Democràtica de Catalunya, el partido presidido ahora por Artur Mas y que fue fundado por Jordi Pujol, alguien investigado por la Justicia por asuntos económicos. Para Colau, la AMI es una asociación conservadora, alejada de los planteamientos sociales que defienden Podemos y las otras organizaciones que componen Barcelona en Comù.

El segundo, refleja algo cada día más común en la política: la inacción. La regidora de Barcelona considera que la decisión sobre si Barcelona debe encuadrarse en la asociación independentista corresponde a los vecinos de la ciudad, no a sus representantes. Tal planteamiento nace de la desconfianza de determinadas posiciones izquierdistas, usualmente extremas, contra la democracia representativa, cuya máxima expresión son los parlamentos. Para Ada Colau y los que piensa como ella, la verdadera democracia es la asamblearia, convirtiendo al derecho a decidir en el tótem al que la contemporaneidad debe rendir culto.

Aducen que hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías, es relativamente sencillo lograr que los afectados por un problema decidan sobre su solución. Sin embargo, en la práctica al final los que participan en estas consultas suelen ser una minoría muy activa, que además dispone del suficiente tiempo libre para ello, y que termina imponiendo sus decisiones. Eso, hace cuarenta años, que también existía el asamblearismo, se llamaba leninismo y se conceptualizaba como la vanguardia que tiraba del pueblo, aunque fuera en una dirección no querida por el propio pueblo.

La denostada democracia representativa evita éste problema. Los representantes, democráticamente elegidos, toman las decisiones oportunas y cada cierto tiempo deben pasar una reválida ante todos los ciudadanos que deciden si les prorrogan o no su mandato.

Como todo en la vida, presenta sus ventajas y desventajas. Sin embargo, la opción menos útil es tener representantes democráticos que no creen en su representatividad, delegan sus poderes en las vanguardias autoconstituidas y condenan de momento a sus gobernados a la inacción.

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