viernes, 25 de septiembre de 2015

La nación foral



El lehendakari Iñigo Urkullu lanzó ayer en el Parlamento vasco el concepto reivindicativo que va a presidir la estrategia del PNV en sus relaciones con el Estado español. A diferencia de Artur Mas cuyo objetivo es forzar la independencia de Cataluña, soslayando la Constitución española, el presidente del Gobierno vasco pretende alcanzar un nuevo estatus con el Estado, caracterizado por la bilateralidad y el confederalismo. Y para ello, quiere apoyarse en la propia Constitución de 1978.

Las estrategias de Mas y Urkullu no pueden ser, pues, más divergentes. Mientras el presidente de la Generalitat huye de la legalidad, el lehendakari pretende en su singladura no salirse de ella para transformarla.

La base de la concepción de Urkullu radica en un relevante hecho: la Constitución de 1978 es la única de todas las cartas magnas de las que ha gozado España que reconoce la singularidad foral. Esos son los derechos históricos que invoca el lehendakari, unos derechos a los que el nacionalismo de raíz sabiniana considera preexistentes al propio régimen constitucional español iniciado en el siglo XIX, además del legado de una pretendida soberania originaria vasca.

Pero, insisto, Urkullu pretende engarzar su reivindicación en la Constitución de 1978 con lo que muestra un intachable perfil de respeto a la legalidad vigente en su estrategia. La carta magna existente hoy en día en España reconoce la foralidad de Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya. E inserta su actualización en el propio marco constitucional y en los esttautos que la han desarrollado: el Estatuto de Guernica y la Ley de Amejoramiento de Navarra.

El nacionalismo vasco, desde su aparición en la última dëcada del siglo XIX, hace tan solo ciento veiniticinco años, pretendió trascender la realidad provincial de los fueros en busca de la construcción de Euskadi. En esa labor hubo un estadio regional, cuya primera experiencia fue en la Segunda República y cuya plasmación plenamente confirmada se vive hoy en día. Ahora, Urkullu pretende alcanzar ahora un escalón superior: la nación foral, cuyas raíces fueron originariamente provinciales, como demuestra el poder que aún comservan las diputaciones vascas y el hecho, maldito para el nacionalismo, de la defección de Navarra, cuestión que en las últimas elecciones se ha puesto en entredicho.

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