martes, 14 de marzo de 2017

El Reino Unido, en su laberinto

Las tensiones territoriales se han incrementado en el Reino Unido desde que la irreflexiva decisión de David Cameron de convocar un referéndum sobre la Unión Europea, abriera la caja de Pandora. Escocia, Irlanda del Norte y hasta Gales, en una vuelta a las monarquías medievales que jalonaban las islas Británicas. Y todo por un primer ministro que quiso acabar con las disidencias en el seno del partido conservador, incrementando así su poder, y forzar de paso una negociación ventajosa con sus hasta entonces socios europeos, mediante la demagogia del recurso a la democracia. Primó así Cameron los intereses particulares, partidistas y estratégicos frente a los intereses colectivos, demostrando que no era un estadista.

La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, ya ha advertido que pedirá un nuevo referéndum de independencia para su región. De nada vale que hace solo tres años saliera derrotada la secesión  en un anterior plebiscito. La mandataria escocesa entiende que al votar Escocia mayoritariamente por la permanencia en la Unión Europa y el Reino Unido por la salida, irrumpe una nueva circunstancia que invalida el primer resultado. Precisamente, la estrategia de Sturgeon, la lideresa del partido nacionalista escocés, ha consistido en presentar la democrática decisión de la primera ministra británica, basada en que brexit es brexit, como una actitud antidemocrática que no respeta que la mayoría de los escoceses votaron por mantenerse en la UE, cuestión que el gobierno británico no atiende. Ahora, forzará con el apoyo de los verdes, que la mayoría de los parlamentarios de la cámara regional de Edimburgo apoyen un nuevo plebiscito con argumentos basados en el derecho a decidir y Westminster se encontrará con la patata caliente de qué hacer. Ya los laboristas han declarado que en Edimburgo votarán que no al nuevo referéndum, pero que si la cámara lo respalda, ellos no se opondrán en el Parlamento británico. En éste, la mayoría pertenece al partido conservador, que incrementa su impopularidad en Escocia negando el referéndum o sucumbe a los cantos de sirena, propiciando un resultado aún más incierto que el de 2014.

Por su parte, el primer ministro galés, Carwyn Jones, un laborista que gobierna con el apoyo nacionalista, ha dejado abierta la posibilidad de que Gales, como Escocia, pueda retornar al mercado común europeo, criticando a Theresa May por su postura de un brexit duro.

Y en la isla de Irlanda la vuelta de las fronteras entre el norte y el sur está provocando un verdadero tsunami político, donde al igual que Escocia ganó la permanencia en Europa. Por primera vez en el Ulster los partidos republicanos han vencido en número de escaños, confirmando que el voto unionista (hacia Londres) decae, mientras aumenta el voto de los partidos que abogan por incrementar los vínculos con el sur de la isla y con Europa. El Sinn Féin, el brazo político del IRA hasta su disolución, y los socialdemócratas estarán ahora más representados en la cámara regional que las dos formaciones que abogan por mantener los lazos con Londres: la DUP y el UUP. La torpeza gubernamental británica está haciendo posible alentar en la lontananza el sueño violento del IRA provisional: una isla reunificada, ahora bajo el paraguas europeo.

EL Reino hasta ahora Unido se ve cada vez más perdido en su propio laberinto. Y en vez de abundar personajes de talla, como el mítico rey Arturo, aquel que en el imaginario unificó el reino, solo se vislumbran los que miran por sus cortos intereses.

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