miércoles, 22 de marzo de 2017

Puigdemont, ante el Senado

Muchas de las iniciativas que los dirigentes independentistas catalanes han tomado en los últimos años solo han conseguido liar aún más el laberinto en el que vive el proceso soberanista. Sin embargo, la última decisión de Carles Puigdemont muestra una mayor inteligencia. Podríamos formularla de la siguiente manera: todo aquello que incide en lo unilateral dificulta el propio camino a la independencia, mientras que las iniciativas que tienen en cuenta la existencia de otra parte pueden facilitar a medio plazo más poder para las instituciones autonómicas y en consecuencia para las elites que las dirigen, objetivo en definitiva del propio proceso.

Así, la petición del presidente de la Generalitat de dar una conferencia en el Senado sobre la demanda plebiscitaria supone la iniciativa más lograda de cara a desbloquear la situación en la que el propio independentismo se ha encerrado. Por múltiples razones, entre ellas por la consideración del Senado como cámara territorial, aserto que no queda desmerecido por el escaso desarrollo de tal cámara y que, frente a posturas populistas, deberíamos potenciar, nunca hacerla desaparecer. 

El Senado español es así el lugar idóneo donde el presidente de la Generalitat catalana exponga sus demandas. Y donde sea escuchado por los otros representantes de los españoles. PP y PSOE parecen haber consensuado el formato para ello, que difiere de lo pretendido por Puigdemont. No será una conferencia, sino un debate en la Comisión General de la Comunidades Autónomas, donde también intervendrán los representantes de los grupos parlamentarios e, incluso, si así lo quieren, otros presidentes regionales. Se trataría de proseguir por la estela abierta en la última Conferencia de Presidentes, a la que por cierto Puigdemont rehusó asistir, cometiendo uno de sus mayores errores políticos.

También el inhabilitado Artur Mas parece haber extraído lecciones de sus últimos errores. Ayer, vino a Madrid a explicar su posición en uno de los foros más prestigios y de mayor solera del Estado-nación español: el Ateneo. Se le escuchó con el debido respeto, salvo por medio centenar de descerebrados que a las puertas de aquella institución abuchearon al expresidente de la Generalitat, ayudando a separar las dos orillas del Ebro.  

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