lunes, 6 de marzo de 2017

Paradojas

Entre las paradojas que la actualidad informativa nos muestra quiero destacar aquella que incide en la erosión del Estado de Derecho a manos de la democracia directa. El caso que vive Francia es sintomático. François Fillon, investido como candidato a la Presidencia de la República al ganar las primarias de su formación, ha logrado este domingo un baño de masas al conseguir que sus seguidores se manifestasen en París, reiterándole su apoyo, pese a las graves acusaciones que la judicatura investiga contra él, por delitos de corrupción en beneficio de su mujer e hijos.

Fillon ya advirtió hace días que solo se sometería al pueblo, despreciando a la Justicia y al Estado de Derecho. Tal órdago lo basa en la legitimidad democrática conseguida al vencer en las elecciones primarias, organizadas por su partido, por Los Republicanos.

Tal instrumento, uno de los preferidos por los teóricos de la democracia directa, se ha impuesto en el debate conceptual, recibiendo sin la necesaria reflexión todos los parabienes en las sociedades democráticas, hasta el punto que los partidos que aún se resisten a él son motejados de autoritarios. Sin embargo, su aplicación puede presentar consecuencias negativas, como el caso francés atestigua. Los líderes políticos así elegidos se invisten de una autoridad que en lógica democrática solo pueden revertir sus electores, hasta el punto que los organismos de dirección de sus propias formaciones se ven incapaces de destituirlos, como ha quedado claro en el caso de Fillon, o difícilmente lo logran, con resultados aún inciertos, como el caso de Pedro Sánchez atestigua en España. Se trata de un nuevo cesarismo que establece un vínculo personal entre el dirigente y su colegio electoral, su pueblo en definitiva, colocándole por encima de otras consideraciones que terminan por afectar al Estado de Derecho.

El caso de Fillon no ofrece dudas. Pretende sustraerse al Estado de Derecho, al obviar la sujeción a la ley, como cualquier otro ciudadano, basándose en la relación establecida con su electorado y en la autoridad democrática recibida. Tan solo graves consecuencias pueden derivarse de ello.

Países que sufrieron el ascenso democrático de dirigentes que acabaron con el Estado de Derecho, como Alemania en la época nazi, curaron sus errores, estableciendo que sus nuevos jefes de Estado nunca fueran elegidos mediante un sistema de democracia directa, impidiendo así que una fuerte autoridad, basada en la propia legitimidad democrática, liquidase en un futuro el imperio de la ley.

El caso actual francés presenta otras peculiaridades, sin duda. Entre ellas que Fillon era hasta hace unos meses la mejor baza para impedir el acceso a la Presidencia de la República de Marine Le Pen, una populista que si alcanza democráticamente el Elíseo acabará sin contemplaciones con el Estado de Derecho.

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