lunes, 9 de abril de 2018

Gracias, `Lula´

Lula da Silva se entregó ayer a la Justicia. Arropado por miles de seguidores, que se congregaron frente a la sede del sindicato donde forjó su leyenda de luchador por los derechos de los trabajadores, vivió unos momentos épicos, ensalzado por los suyos, llevado a hombros, sintiendo el apoyo y el calor de muchos que homenajeaban su labor pasada, que tuvo su cénit en los ocho años que presidió Brasil.

El ciudadano Luiz Inàcio da Silva fue coherente con sus ideales. No se fugó, ni huyó a otro país, con la pretensión de externalizar un conflicto. No. Fue valiente. Aceptó la legalidad, se quedó y se entregó. Y eso, que, seguro, sintió la tentación de rentabilizar su popularidad y erigirse en un nuevo César, pisoteando la legalidad. Apoyos no le faltaban. Los expresados allí mismo y los que le daban las encuestas, capaces de catapultarle de nuevo al palacio de Planalto, para volver a dirigir Brasil.

Pero, Lula fue consecuente y se puso en manos de los agentes policiales que lo trasladaron a la prisión. Aquellas horas previas fueron también, sin duda, trágicas. Y Luiz Inàcio bebió aquel cáliz, convirtiendo su entrega en un acto de respeto a la legalidad y a la vez de creencia en un futuro mejor para los millones de brasileños aun indigentes: A ellos fueron dirigidas sus palabras, pronunciadas como un orador clásico, emulador de los héroes de la Antigüedad.

“Yo ya no soy un ser humano. Yo soy una idea. Mis ideas ya están flotando en el aire y nadie las podrá encerrar. Ahora vosotros sois millones de Lulas”.

Un constructor de sueños. Así se definió, quien más ha hecho en la historia de Brasil por convertir la promesa potencial de ese gigante en una realidad. Bajo su presidencia, el país creció a un ritmo anual del 7,5%, sacando de la pobreza a millones de compatriotas. Muchos de aquellos desfavorecidos pudieron, por fin, comprarse un coche y llevar a sus hijos a la universidad, haciendo de la Revolución una concreción, que mantuviera la luz del Progreso.

Gracias, Lula.

Por ser un mito, por llevar a la izquierda mundial a las mayores cotas de prestigio, y sobre todo, por aceptar que nadie, ni siquiera él mismo, está por encima de la ley. Por ser, en definitiva, un demócrata.


Gracias, Luiz Inàcio.

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