viernes, 6 de abril de 2018

Lula, a la carcel y Puigdemont, a la calle

Como si se tratase de una conjunción del destino, los nombres de Lula da Silva y Carles Puigdemont se han entrecruzado estos días, debido a sus cuentas pendientes con la Justicia. Ambos pretenden saldarlas con el voto popular, como si tal remedio fuera compatible con el Estado de derecho. Emulan así las tragedias clásicas, como cuando Julio César pasó el Rubicón, desdeñando la legalidad republicana, en nombre del pueblo, desatando una guerra civil.

Luiz Inàcio da Silva tiene de plazo hasta esta noche para entregarse y ser encarcelado. Sobre el pesa una condena a doce años de cárcel por corrupción al haber aceptado como soborno un apartamento playero. El Tribunal Supremo brasileño confirmó la orden de ingreso en prisión, pese a que Lula es el candidato mejor situado en las encuestas para volver a presidir el país. Su efectivo encarcelamiento, supondrá cerrar esa posibilidad, por lo que todo un referente para la izquierda mundial, que durante sus años de mandato logró un crecimiento económico de Brasil nunca conocido y que fue sabiamente repartido entre millones de ciudadanos hasta entonces indigentes, quedará apartado de la vida política. Su exclusión abre el camino al segundo candidato más valorado, Jair Bolsonaro, un ultraderechista partidario de la dictadura militar, homófobo y justificador de la tortura, mientras suenan por primera vez en treinta años ruidos de sables.

Carles Puigdemont quedó hoy en libertad condicional, después de que el Tribunal Superior de Schleswig-Holstein estimara que el delito de rebelión por el que le perseguía la Justicia española no es compatible con el de alta traición alemán. Entiende el órgano jurisdiccional que el secesionismo catalán alentó actos de violencia, pero no logró que el Estado español claudicara, condición necesaria en la legislación del país germánico. Más allá de matices, lo relevante es que la decisión alemana es un serio revés para la estrategia desarrollada por el gobierno de Mariano Rajoy, que fió todo a las gestiones de la judicatura española. Supone además un balón de oxígeno para el nacionalismo catalán y un ahogo para el español. Y en esa medida presagia mayores dificultades, que sobre todo incidirán en una mayor crispación en el seno plurinacional de la sociedad catalana, cada vez más abocada a un enfrentamiento interno, a la par que a una reacción menos limitada del Estado y de su nacionalismo más numeroso, cada vez más airado.


Malos tiempos, pues, a los que nos vemos abocados. Pero, aún sería peor si echáramos por la borda al Estado de derecho, porque en ese caso quedaríamos en manos de la demagogia, que hace dos mil años se llamó cesarismo y que llevó a algo peor: a lo que conocemos como la tragedia clásica.

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