jueves, 1 de septiembre de 2016

Despeñarse

De la frustrada sesión de investidura que terminará mañana se pueden extraer dos conclusiones principales. La primera, es que Mariano Rajoy ya está en campaña electoral, las terceras que viviremos en un año, y que Pedro Sánchez continúa despeñándose y lo que es peor, arrastrando a su venerable partido hacia el abismo.

El 20 de diciembre, el líder socialista tenía dos opciones después de haber llevado a su partido a los peores resultados electorales desde que se restauró la democracia en 1977. Una era haber negociado una abstención para que el PP gobernase, a cambio de modificaciones en la reforma laboral y educativa, además de haber abierto la reforma constitucional. Incluso, podía haber intentado obligar al PP a cambiar de líder. La otra, la que eligió, fue embarcarse en una imposible aventura, liderando a todos aquellos que o bien quieren cambiar radicalmente el más exitoso modelo de desarrollo habido en nuestro país desde el inicio de la Edad Contemporánea, o bien aquellos que apuestan por acabar lisa y llanamente con el Estado español.

La fracasada sesión de investidura de Sánchez obligó a unas segundas elecciones, en las que el PSOE fue castigado con cien mil votos menos y la pérdida de cinco escaños. Pese a ello, el líder socialista no aprendió y siguió con su numantina oposición a la posibilidad de que Rajoy, el único candidato que había ganado votos y escaños, fuera presidente del gobierno. Sánchez no entendió que los nuevos comicios que él había propiciado legitimaron a su rival. Ya no sólo no podría imponer su relevo, sino incluso tendría menos fuerza parlamentaria para obligar a las reformas que pretendía.

Pese a ello, ayer optó por mantener su negativa. Y es más anunció que nunca dará los votos a Rajoy, cerrando incluso la posibilidad de que mediante una abstención éste sea presidente del gobierno en una nueva investidura, abocando a unos terceros comicios. Salvo suicidio consciente, Sánchez debe creer que con su empecinamiento asegura su liderazgo en la izquierda, aunque eso le impida mostrar el rol de estadista necesario para gobernar algún día. De ahí, esa postura moralista, de profeta desdeñado, que ayer adoptó en su réplica a Rajoy. 

Pero no necesitamos adalides maniqueos, convencidos de la pureza de su bien propugnado, sino políticos flexibles que sean capaces de traducir el consenso exigido por los ciudadanos en las últimas elecciones y que previsiblemente se repetirá grosso modo en las terceras. Y sobre todo, urge encontrar líderes que no estén tan apegados a sus poltronas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario