jueves, 8 de junio de 2017

Guerra regional

Los ataques de ayer del Estado islámico en Irán no solo muestran la intención de esa organización terrorista por propiciar la extensión de la guerra que asuela Oriente Próximo, sino que confirma que estamos ante una guerra regional que afecta en primer lugar al mundo islámico, pero con ramificaciones extensibles a otras partes del planeta.

La guerra la dirimen dos potencias regionales: Arabia Saudí e Irán. La primera es un régimen teocrático de credo suní, con una visión rigorista de la religión: el wahabismo, inspirador, cuando menos, del islamismo radical que golpea Occidente. La segunda es un régimen teocrático de credo chií, que desde la revolución que destronó al Shah de Persia ha hecho de Occidente su visceral enemigo. Ambos pelean denodadamente por asentar su influencia en Iraq y Siria, países donde la mayoría de sus habitantes son chiíes, en el primer caso, o suníes, en el segundo, pero con relevantes minorías contrarias.

A Arabia Saudí le apoya Estados Unidos, máxime desde que Trump ha roto los equilibrios que intentó forjar Obama, e Irán es respaldada por Rusia. Mientras las víctimas son los centenares de miles de árabes que han muerto ya en esta guerra regional y también, en mucho menor número, los que caen en Europa y Estados Unidos por atentados islamistas.

Tal guerra regional con propensión a extenderse obedece a muchas razones, fundamentalmente centradas en el extremismo conceptual de tales visiones, anidadas en los extremismos suní y chií, pero también tiene su parte de responsabilidad decisiones cuando menos estúpidas como la invasión de Iraq ordenada por George Bush y las anteojeras de la diplomacia europea con Siria. Ambas tierras, el epicentro de Oriente Próximo, son las que se disputan a muerte Riad y Teherán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario