lunes, 17 de julio de 2017

Dejemos de echar balones fuera

Emmanuel Macron, el flamante presidente de Francia, ha vuelto a estar a la altura de las circunstancias, reconociendo ante una visita de autoridades israelíes a París la responsabilidad de su país en las deportaciones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, sin intentar ampararse en los nazis alemanes. 

"Fue Francia la que organizó la redada y la deportación, y por tanto la muerte de 13.152 personas de confesión judía, arrancada de sus domicilios el 16 y el 17 de julio de 1942", ha señalado taxativamente el jefe de Estado francés. Aquellos sucesos, conocidos como los del Velódromo de Invierno de París, finalizaron con el envío al campo de exterminio de Auschwitz de los detenidos, entre los que había 4.115 niños.

Durante años y en aras del discurso oficial basado en una Francia heroica que luchó en la Resistencia contra los nazis, cualquier sospecha de colaboracionismo con los alemanes durante aquel conflicto era silenciada. El relato canónigo hablaba de una Francia cuasi homogénea que le plantó cara al Tercer Reich, cuando de hecho los colaboracionistas abundaron, como evidencia el Régimen de Vichy. Pero, no solo eso, sino que, tal como la redada del velódromo atestigua, los propios franceses, por propia iniciativa, sin ampararse en la colaboración, enviaron en los trenes de la muerte a más de una decena de miles de judios.

Y no lo hicieron cumpliendo órdenes de los nazis, como unos meros colaboracionistas, sino porque creían en la superioridad étnica y consideraban justificable exterminar a los judíos. Por racismo, en suma.

Y no solo con los judíos, como evidencia el ejemplo del trato dado a los centenares de miles republicanos españoles en 1939, antes de la ocupación nazi, que vivieron un segundo infierno tras la Guerra Civil. Los campos de internamiento habilitados cerca de la frontera, como el de Argelès sur Mer, relatado por Sonsoles Ónega en su última novela, muestran con toda crudeza hasta que punto los prejuicios racistas estaban instalados en la sociedad francesa.

A la par que la magnífica Francia, nacida de los ideales de la revolución de 1789, el gran logro de la Ilustración, en los que muchos nos seguimos identificando, ha existido otra, anclada en el peor pasado de la Humanidad. Y sigue existiendo. Si alguien lo duda que reflexione sobre el Frente Nacional, capaz de colocar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales a una candidata propia.

Lo digo porque no querer ver la realidad suele traer funestas consecuencias. En Francia, pero también en todos los países de nuestro entorno, así como en la propia España, anidan las peores expresiones de la condición humana, que pese al propio sueño ilustrado, continúan siendo hoy en día muy abundantes. El mal está dentro. Dejemos, como Macron, de echar balones fuera. 

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