miércoles, 5 de julio de 2017

La frontera de Binéfar



Al poco de entrar en la provincia de Lleida, el paisaje predominante de bosque mediterráneo, con sus pinos omnipresentes, desaparece. A diferencia de Barcelona y Girona, el arbolado del territorio catalán más continental es el matorral mesetario y los árboles frutales, así como abundantes cultivos, desapareciendo eso sí la profusión de vides de las provincias costeras.

Viniendo del litoral, Lleida se presenta así como una transición, confundiéndose con las provincias aragonesas. Yendo po la carretera que une la última capital catalana con Huesca, hay un momento, cerca de Binéfar, que sin cambio alguno orográfico, aparece la señal de entrada en la Comunidad de Aragón.

A un lado y otro de la misma, abundan las explotaciones agrarias y las casas de campo ligadas a ello. Sus habitantes son gentes que generación tras generación han convivido sin mayores problemas, que los ligados a la común existencia humana.

Ahí es donde los independentistas catalanes quieren establecer, en 2017, una frontera, una nueva en la vieja Europa. Y lo quieren hacer mediante un referéndum sin garantías, sin un mínimo número de votantes. De tal manera que con un solo participante de tal plebiscito, este estaría legitimado en el caso de que votara sí a la secesión.

Me viene a la memoria, el voto irreflexivo del DUP norilandés al brexit. Los unionistas británicos, mayoritarios en el Ulster, han mantenido durante siglos su dominio en Irlanda del Norte gracias a su mayoría poblacional sobre los irlandeses, incluso durante las terribles décadas de la violencia terrorista. Pero desde los acuerdos de paz del Viernes Santo, los protestantes aprendieron las ventajas de la inexistencia de una frontera que separara a las dos irlandas, disfrutando de su eliminación práctica.

Tras votar el brexit, repararon en el contrasentido que implicaría que la Unión Europea quisiera restablecer tal frontera, alegando que no puede dejar tal agujero de miles de kilómetros. Entonces, negociaron con la primera ministra británica, Theresa May, para aplicar en este caso un brexit blando, decisión que en cualquier caso compete también a Bruselas y a Dublín, la capital de la República de Irlanda. La decisión final será pues objeto de duras negociaciones y en cualquier caso supondrá una regresión para los habitantes de las dos irlandas.

Todo ello me vino a la memoria, mientras atravesaba en coche el límite entre Lleida y Huesca, y observaba con conmiseración a los habitantes de aquellos parajes, amenazados por una nueva distopía pergeñada desde los despachos en tremendas ensoñaciones, que en realidad amenazan con convertirse en pesadillas.

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