martes, 4 de julio de 2017

Montserrat

Montserrat es la montaña mágica que el nacionalismo catalán reivindica como uno de sus más potentes símbolos. Una montaña que se presta a interpretaciones sobrenaturales debido a su particular orografía, a su contorno en forma de dientes de sierra y a las abundantes agujas y quebradas que conforman su perfil recortado por el cielo. Todo ello ha convertido a Montserrat en materia de mito humano, constatándose  la presencia de santuarios desde muy antiguo.

De todos ellos, el más célebre es la abadía benedictina, que custodia la imagen de la Moreneta, la célebre imagen de la Virgen. Además de las labores religiosas, sus monjes se han destacado en las últimas cuatro décadas por apoyar el catalanismo. Ya desde el tardofranquismo fue así y solo cabe recordar las ascensiones a la montaña de personas, como Pujol, que luego ocuparían cargos relevantes en la democracia.  

Sin embargo, una visita a la basílica desmitifica la visión apropiadora del nacionalismo, por mucho monje que la pueda impulsar. Desde el simple hecho de admisión de la diversidad que revela el que en una vitrina principal convivan la senyera -sin estrella alguna- y la rojigualda, hasta la relevancia que se otorga a personajes históricos, como el emperador Carlos o a san Ignacio de Loyola, quien se inspiró en sus célebres ejercicios espirituales contemplando la montaña, desmienten un universo mental limitado al nacionalismo.

Y no es de extrañar, porque la abadía y no digamos la propia montaña es anterior a la existencia del nacionalismo. Tal verdad de perogrullo conviene decir en estos tiempos. De hecho, la Virgen de Montserrat es patrona de Cataluña desde tan solo 1881. ¿Y eso por qué?, cabría preguntarse a una mente despierta y desprovista de estereotipos. Pues, porque antes de esa fecha no era relevante para los humanos de los alrededores tener como necesidad la existencia de una patrona de Cataluña. Aquellos seres humanos aún no habían convertido Cataluña en una categoría identitaria y mucho menos nacional.

Eran creyentes, cristianos. Y Montserrat, era aún la montaña mágica del Tradicionalismo, del Carlismo, de aquellos que anteponían su fe religiosa a cualquier otra consideración, también por supuesto la identitaria. Y una visita a la basílica permite comprender esa dimensión tradicional, más que la posterior nacionalista, de Montserrat.

Y esto también conviene explicitarlo, porque ya se sabe el poder del nacionalismo de apropiarse de todo. También de Cataluña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario