jueves, 13 de julio de 2017

Trágica condena

La condena a nueve años de cárcel para el expresidente brasileño Luiz Inácio da Silva por corrupción debe movernos a reflexión sobre la condición humana.

Vayamos primero con los hechos. Un juez ha considerado culpable al exmandatario por haber aceptado y reformado una casa de tres plantas en la zona costera de Sao Paulo, valorada en un millón de euros, pagada por una constructora a cambio de la concesión de contratos públicos. Es verdad que el tal magistrado, llamado Sergio Moro, es un viejo enemigo personal de Lula da Silva, pero tiene pendientes otras cuatro sentencias, todas ellas relacionadas con el caso Petrobras, en las que la fiscalía brasileña investiga a la empresa petrolera estatal. Tanto la sentencia condenatoria, como las restantes, son recurribles, por lo que no son firmes a día de hoy. motivo por el que Da Silva no ha ido a la cárcel.

También es relevante señalar que Lula fue el primer presidente de la historia brasileña genuinamente de izquierdas y que en sus ocho años de mandato sacó de la pobreza a unos 30 millones de brasileños, sobre una población total de 200 millones. Ese es sin duda su mayor logro, que podría ayudarle a volver en 2018 a la Presidencia de Brasil, siempre y cuando no sea firme ninguna de las condenas que acumule. 

Y ahora hablemos de las miserias humanas. A preguntarnos como es posible que un mandatario que fue la luz del progresismo a finales del siglo XX pueda incurrir en la bajeza de la corrupción, siempre que se confirmen los hechos mencionados. ¿Qué lleva a un gobernante respetado a venderse por una casa en la playa?

Es difícil responder a ello. La Ilustración negó que el ser humano fuera malo por naturaleza y abrigó la esperanza de que la cultura y el progreso llevarían a la Humanidad a un estadio superior en la que se alcanzaría así la moralidad en las actuaciones de sus integrantes. Pero tal axioma presenta erosiones, que el ejemplo de Lula pone en evidencia. ¡Trágicamente!

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