viernes, 7 de julio de 2017

España, plurilingüe



El debate territorial español se ha visto condicionado estas semanas pasadas por la propuesta del nuevo PSOE dirigido por Pedro Sánchez de incorporar en la Constitución un reconocimiento de la pluralidad nacional española. 

Personalmente no creo que ese sea el camino que permita a España superar sus contradicciones territoriales. Y no lo creo, porque dejará insastifechos a los defensores de tal término, mientras que a sus detractores les provocaría un visceral rechazo. No suscribo, pues, en la calidad taumatúrgica de tal concepto, salvo que a la par que la Constitución reconociera la diversidad nacional, los estatutos de autonomía catalán, vasco y gallego admitieran la propia plurinacionalidad interna en sus respectivas comunidades. Es decir, se trataría de admitir por todos que la contrucción nacional española es incompleta, como también lo es la vasca, la catalana y la gallega. Pero, la aceptación de tales limitaciones es difícil que deje satisfachos a sus respectivos nacionalismos.

Y ello es debido al carácter emocional de las naciones, difícilmente evaluable. Otra cosas son las lenguas, mucho más objetivables. Uno tiene una lengua materna u otra, pero en ese aspecto las dudas son inexistentes. Mi propuesta es, pues, que la Constitución reconozca, en vez de la plurilnacionalidad, la realidad plurilingüe española, con cuatro idiomas que deberían ser reconocidos en su plena oficialidad: castellano, catalán, gallego y vasco.

Es decir, que cualquier ciudadano pueda exigir, en cualquier lugar de España, que sea respondido por cualquier administración y organismo judidicial en el idioma que él prefiera, entre los cuato mencionados. Ese, y no otro, fue el mayor logro de las reformas de Trudeau padre en Canadá, estableciendo el bilingüísmo oficial entre el francés y el inglés y cimentando la solución del prolema territorial de ese país americano, hasta el punto que algunos expertos consideran que Canadá ha sido el primer estado que ha conseguido dejar atrás el modelo de Estado-nación que desde hace más de un siglo ensangrece el mundo.

Por supuesto, que el reconocimiento de la pluralidad lingüística no supondra la maravillosa panacea resolutiva. Ni en Canadá lo fue, como muestran las tensiones nacionalistas de los quebequeses, derrotados en dos referendos, pero sí ha ayudado a resolver su problema territorial, como aquí ocurriría.

Eso no quiere decir que la propuesta plurilingüe para España no tenga dificultades. La primera, el sentimental rechazo de la inmensa mayoría de los valencianos a aceptar que su lengua es el catalàn. Y otras radican en qué hacemos con lenguas muy minoritarias, como el bable y el aragonés.

Problemas difíciles de superar, pero que no deben desanimar. Una plena igualdad de trato y de apoyo por parte del Estado a las cuatro lenguas mencionadas y su uso en altas instituciones, como el Senado, ayudarán indudablemente a cortar el nudo gordiano que atenaza a España desde su comstrucción como Nación hace dos siglos.

Solucionado éste, ya solo quedaría el problema del reparto fiscal, otra enorme dificultad, pero que es aún más objetivable y por tanto solucionable mediante negociación. Todo aquello que no aleje de los senimientos y nos centre en lo racional, ayudará a la solución.

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